jueves, 27 de noviembre de 2014

Entrevista glosada

ERNESTO GONZÁLEZ, TRABAJADOR DE LA COOPERATIVA CHILAVERT
El grupo de los ocho


Ernesto González
Corría 2002 cuando, luego de meses de lucha, los trabajadores de la Cooperativa Chilavert, una imprenta ubicada en Pompeya, lograron frenar una quiebra fraudulenta y mantener su fuente de trabajo. “Ahora somos más que compañeros”, afirma Ernesto González, doce años después.
Con la sencillez que lo caracteriza, Ernesto llega puntual. Chilavert fue una de las primeras fábricas en la ciudad de Buenos Aires en ser expropiada. “Nos dimos cuenta de que se estaba preparando una quiebra fraudulenta. Eso nos animó a mantener ocupación”, cuenta. El dueño intentó llevarse las máquinas y los trabajadores, que en ese momento eran ocho, lograron impedirlo ocupando el taller.
“No pretendíamos las indemnizaciones, queríamos mantener nuestra fuente de trabajo. Entonces empezamos a soñar”, exclama con emoción. En aquella época, se había extendido el movimiento de empresas recuperadas. En un clima de asambleas populares, cacerolazos y corralito, el pueblo se levantó y apoyó a los trabajadores más que nunca.
Estuvieron siete meses resistiendo sin luz, agua ni gas. Según Ernesto, el contexto “efervescencia social” se hizo sentir sobre todo en el intento de desalojo de mayo de 2002. “Nos envían ocho carros de asalto de la policía, bomberos, ambulancia”, relata, todavía asombrado. Entonces, llamaron a los medios y todo Pompeya formó un “escudo humano” contra la policía que intentaba entrar. Mientras tanto, ellos seguían trabajando.
La historia de Ernesto y sus compañeros está plagada de momentos emocionantes. Luego de una tenencia temporaria, y gracias al trabajo sostenido, sale la expropiación. Sin duda, esto significó un gran paso. Pero debieron luchar para conseguir nuevos clientes hasta que lograron sacar adelante la gráfica.
“La vuelta a producción fue muy difícil”, recuerda. Por cada trabajo que les encargaban, les entraba una suma de dinero que utilizaban para comprar los insumos. Así lograron volver a la producción y hoy en día imprimen libros, revistas y catálogos y afiches.
En su momento, el sindicato de gráficos se puso en contra. Les decían que era ilegal lo que hacían, pero cuando se dieron más casos los reincorporaron. Actualmente, están dentro del gremio y la toma de decisiones se realiza mediante asambleas.
En estos años, incorporaron más socios. “Éramos muy pocos, la empresa se había achicado mucho. De los nuevos, la mayoría son hijos de compañeros”, comenta, y agrega que, si bien no tuvieron ninguna situación de despido o “expulsión”, algunos se jubilaron, y uno se fue porque buscó horizontes en otro lugar. Hoy, la cooperativa tiene trece integrantes.
Cuando se trata de las relaciones interpersonales, Ernesto es tajante: “nos conocemos mucho, porque se pone más en juego: las fortalezas, las debilidades. Es como una familia”. Esto se puede notar cuando se los ve trabajar. Todos se conocen hasta lo más íntimo, y se entienden perfectamente a la hora de producir.
Mirando hacia atrás, reconoce que el apoyo de la comunidad fue fundamental para poder llevar adelante la experiencia. “El apoyo del pueblo era lo que definía la situación”. Cree que, sin eso, no habrían podido mantener su fuente de trabajo.

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