ERNESTO
GONZÁLEZ, TRABAJADOR DE LA COOPERATIVA CHILAVERT
El
grupo de los ocho
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Ernesto González |
Corría
2002 cuando, luego de meses de lucha, los trabajadores de la Cooperativa
Chilavert, una imprenta ubicada en Pompeya, lograron frenar una quiebra
fraudulenta y mantener su fuente de trabajo. “Ahora somos más que compañeros”,
afirma Ernesto González, doce años después.
Con
la sencillez que lo caracteriza, Ernesto llega puntual. Chilavert fue una de
las primeras fábricas en la ciudad de Buenos Aires en ser expropiada. “Nos
dimos cuenta de que se estaba preparando una quiebra fraudulenta. Eso nos animó
a mantener ocupación”, cuenta. El dueño intentó llevarse las máquinas y los
trabajadores, que en ese momento eran ocho, lograron impedirlo ocupando el
taller.
“No
pretendíamos las indemnizaciones, queríamos mantener nuestra fuente de trabajo.
Entonces empezamos a soñar”, exclama con emoción. En aquella época, se había
extendido el movimiento de empresas recuperadas. En un clima de asambleas
populares, cacerolazos y corralito, el pueblo se levantó y apoyó a los
trabajadores más que nunca.
Estuvieron
siete meses resistiendo sin luz, agua ni gas. Según Ernesto, el contexto
“efervescencia social” se hizo sentir sobre todo en el intento de desalojo de
mayo de 2002. “Nos envían ocho carros de asalto de la policía, bomberos,
ambulancia”, relata, todavía asombrado. Entonces, llamaron a los medios y todo
Pompeya formó un “escudo humano” contra la policía que intentaba entrar.
Mientras tanto, ellos seguían trabajando.
La
historia de Ernesto y sus compañeros está plagada de momentos emocionantes.
Luego de una tenencia temporaria, y gracias al trabajo sostenido, sale la
expropiación. Sin duda, esto significó un gran paso. Pero debieron luchar para
conseguir nuevos clientes hasta que lograron sacar adelante la gráfica.
“La
vuelta a producción fue muy difícil”, recuerda. Por cada trabajo que les encargaban,
les entraba una suma de dinero que utilizaban para comprar los insumos. Así
lograron volver a la producción y hoy en día imprimen libros, revistas y
catálogos y afiches.
En
su momento, el sindicato de gráficos se puso en contra. Les decían que era ilegal
lo que hacían, pero cuando se dieron más casos los reincorporaron. Actualmente,
están dentro del gremio y la toma de decisiones se realiza mediante asambleas.
En
estos años, incorporaron más socios. “Éramos muy pocos, la empresa se había
achicado mucho. De los nuevos, la mayoría son hijos de compañeros”, comenta, y
agrega que, si bien no tuvieron ninguna situación de despido o “expulsión”,
algunos se jubilaron, y uno se fue porque buscó horizontes en otro lugar. Hoy,
la cooperativa tiene trece integrantes.
Cuando
se trata de las relaciones interpersonales, Ernesto es tajante: “nos conocemos
mucho, porque se pone más en juego: las fortalezas, las debilidades. Es como
una familia”. Esto se puede notar cuando se los ve trabajar. Todos se conocen
hasta lo más íntimo, y se entienden perfectamente a la hora de producir.
Mirando
hacia atrás, reconoce que el apoyo de la comunidad fue fundamental para poder
llevar adelante la experiencia. “El apoyo del pueblo era lo que definía la
situación”. Cree que, sin eso, no habrían podido mantener su fuente de trabajo.
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